Todo tiene un final

Ayer estuve con Rodríguez Zapatero. Habla más cerrado que culo de muñeca, la próxima voy a necesitar un traductor. Como mi gira no le importa a nadie aquí en Europa, inventamos el tema de Evita: dije que no me compararan con la jefa Espiritual del Peronismo y zaz! salí en un par de diarios y sitios de internet. Acá conocen poco de la política argentina, así que me adelanté yo a buscar la comparación a ver si terminaban midiendo mis piernas con las de Maradona.

Bueno -sigo-, me miraba raro, él no entendía tampoco lo que le hablaba, pero todo bien, por la tele salió como si estuviéramos charlando de cosas importantes.

Cuando entramos en confianza Zapatero me dijo que le había cagado la siesta, que si no duerme dos horitas no sirve para nada. Peor estaba yo, miren cómo tengo las rodillas de hinchadas por la humedad.

Cuando le conté del "cambio con continuidad" se despabiló y se empezó a reír. Le cambié el humor.

Éste al menos se lava la cabeza con champú, no como Aznar que lo hacía con jabón blanco. Bueno, de ahí me trasladé al edificio Semilla (?), allí me esperaba una diosa, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Una belleza, más masculinizada que yo, y un olor a pucho que voltea, pero un trajecito de ensueño.



Hablamos boludeces (ella se la pasó hablando por celular y yo con Taiana, otro que es un embole caminando) y me invitó a cenar. La pasé bomba.

Pero hoy todo termina y tengo que volver a las pampas. Me quiero matar.